martes, 5 de mayo de 2009

Mentideros

Fea palabra ¿verdad? aún así, el concepto es de muy sencilla explicación. En el Castizo Madrid del XVII, nuestro archiconocido y renombrado Siglo de Oro, existían lugares públicos, una plaza por ejemplo, donde los madrileños se reunían a no hacer nada. Así de simple. El único merito necesario para pertenecer a tan selecto club lo constituía el ser, en mayor o menor medida, un chismoso, andar en compañía de chismosos, o, al menos, ser aficionado a los rumores y al que dirán y tener los arrestos necesarios para mantener el tipo frente a las adversidades. Allí se hablaba de todo lo divino y lo humano, se zurcían honras, se conocían cornudos, reales o presuntos, se cosían trajes a espuertas, se especulaba, fabulaba y en suma, se comentaba, más por no callar que por otra cosa, sobre Madrid, sus gentes y aquellos que las gobernaban.

Juzguen vuestras mercedes lo jugoso del asunto. Primer requisito; disponer de tiempo libre, escasísimo bien que no estaba al alcance de cualquiera. A tal efecto, aquellos que podían entregarse al ocio, más aún, a no trabajar en absoluto, lo que era, y es aún, el empeño inveterado de casi cualquier español que se precie, tenían a gala mostrar a los cuatro vientos su privilegiado status. En segundo lugar hay que conocer y sopesar que una palabra mal dicha, o mal interpretada, en aquella época y en esos lugares podía finalizar con unas cuantas estocadas, en el mejor de los casos, y con algún que otro finado en el peor, por lo que, amen de arriesgado, precisaba de ser diestro con el arma blanca o un imprudente de libro.

Aún así el riesgo, o precisamente por él, fueron tres los mentideros más conocidos de la Villa y Corte. Losas de Palacio, las gradas de San Felipe y Representantes.

Losas de Palacio. Situado en la parte delantera del Real Alcázar o Alcázar de los Austrias que era como popularmente se conocía. Dada su concepción de centro de gobierno, los alrededores del Alcázar se poblaban de personas en procura de favores y/o concesiones gubernativas. Igualmente en las ocasiones que la Realeza salía a la calle el pueblo copaba el lugar por ver a los Reyes al pasar. No hay que buscar mucho para saber que el conocido “¿Qué hay de lo mío?” tiene aquí su origen más palpable.

Representantes. Situado en un ensanchamiento que tenía la calle del León, en pleno barrio de las letras, en los aledaños de la calle de las Huertas, y que respondía al nombre de Plazuela del León. Allí se reunían las gentes del teatro, (los representantes o actores) y los literatos y quienes aspiraban a serlo.

Gradas de San Felipe. Estaba situado este mentidero en las escaleras que tenia la Iglesia de San Felipe en la Puerta del Sol. La mencionada iglesia se encontraba situada en un plano más elevado ya que ocupaba la manzana que daba a la calle de los Esparteros, a la calle del Correo y a la calle Mayor y esto posibilitaba que en las escaleras se situasen todos aquellos que, disponiendo de mucho tiempo para el ocio, deseaban conocer de primera mano las noticias de las posesiones españolas y para ello la proximidad de la Real Casa de Correos era optima. Por otra parte la calle Mayor, era lugar de paseo obligado de los madrileños y en ella, a una hora u otra, siempre era posible encontrarse con la persona buscada, ya fuese un amigo, un conocido, alguien con quien ajustar cuentas o la mujer amada. Las gradas suponían un balcón inmejorable sobre esta calle y por ello estaban muy concurridas.

Si vuestras mercedes cierran los ojos, dan un salto en el tiempo y establecen comparaciones con la época actual, seguro que se dan cuenta de que en algunos aspectos, salvando las distancias y el diferente enfoque que se da al honor actualmente, el tema les resulta muy familiar. Los medios de comunicación ya se ocupan de ello.

¡¡Que tiempos en los que las relaciones personales lo eran todo!! Con lo frío que resulta el “papel couche” y lo distante que parecen las cosas en la televisión.

¡¡Lastima de estocadas!!

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