viernes, 30 de enero de 2009

Contra la crisis, ingenio


Hace algún tiempo escuche una de esas, llamémosle, anécdotas sobre como sobrellevaban en los países nórdicos la enorme presión fiscal que soporta el ciudadano de a pie y que, aunque pueda constituir una “leyenda urbana” merece la pena traer a colación.

Se trata ni más ni menos, ni menos ni más, de lo siguiente: supongamos un profesional independiente, para el caso un odontólogo serviría, que esta pensando en reformar su vivienda y otro profesional, u otros que esta hazaña se puede perpetrar con connivencia, que precisan un tratamiento odontológico de esos caros, pongamos por caso una ortodoncia para uno de sus hijos. Si ya tenemos a los participantes y todos están en el “ajo” que diríamos en mi tierra, la cosa va por buen camino, ahora solo resta que uno de los dos, o ambos, propongan intercambiar sus servicios sin pago alguno y lo acepten. Ya tenemos el negocio hecho. Si, efectivamente, el trueque, el olvidado trueque de la Edad Media parece que va a volver y, además, con fuerza. De hecho ya hay quien ya lo pone en práctica a diario con los denominados “bancos de tiempo”.

Con la que esta cayendo, y no me refiero a la climatología sino a la crisis que nos envuelve, y a la que parece no queremos mirar a la cara hasta que nos arrolle como un ferrocarril de mercancías, lo mismo es la solución idónea para capear el temporal. En cualquier caso los aficionados al arte de Cuchares ya lo dicen muy claro “Que Dios reparta suerte”.

lunes, 19 de enero de 2009

La escalera

Hoy cierro los ojos y sigo viéndola tal y como la veía entonces, aunque mis ojos ya no son los de aquel niño. Casi a oscuras, con esa luz velada que parecía surgir del cielo mismo y que en los días de verano permitía ver el polvo en suspensión, una vez que franqueabas aquellas enormes puertas de madera, cuya llave, grande y antigua, de color mercurio, tintineaba en el bolsillo, al fondo del inmenso portal estaba el arranque de los alargados peldaños de la escalera que llevaba a las guardillas, a la casa de mi abuela. Una vez dentro del portal, y antes de comenzar la subida, era obligado mirar a la derecha, donde el ventanuco de la portería en ocasiones albergaba el rostro de la portera y con quien, casi de forma ritual, mi madre, que la conocía desde su infancia, se detenía a conversar. Cumplido el tramite te esperaban, en tramos que formaban una cuadricula prácticamente perfecta, aquellos escalones de madera que crujían, quejándose, lamentándose por el esfuerzo de aupar hacia las alturas a quienes los hollaban.

Recuerdo muy bien el primer tramo, aquellos dos escalones iniciales que te invitaban a ir más arriba haciéndote fácil el ascenso y que eran, en realidad, el lugar donde se anclaba el final de una barandilla de barrotes de hierro pintados en negro sobre los que descansaba un pasamanos de madera al que a duras penas lograba asirme y que mi madre miraba con la nostalgia que da el haber bajado por él en numerosas ocasiones cuando niña. Si observabas en silencio, a cada peldaño se le podía oír contar una historia, su propia e individual historia, y que se percibía en la concavidad que el desgaste de años le hacia igual y a la vez diferente de todos sus hermanos, socavadas las vetas de madera que constituían su transitada alma.

El edificio, ubicado en el centro de Madrid, casi esquina con la otrora llamada plaza del Progreso y hoy conocida como Tirso de Molina, era antiguo, muy antiguo, casi tanto como la propia ciudad que lo acogía, y las paredes, a tono con el mismo, no desmerecían el conjunto. Las tengo en mi memoria en tonos beiges hasta media altura aportando su porción de oscuridad al espacio y blancas hasta el lejano techo. Todo en la niñez parece enorme, gigante en ocasiones y los aquellos escalones no eran una excepción, ya que jamás abarque con los brazos abiertos el espacio existente entre la pared y la barandilla que impedía precipitarse al vacío insondable que la escalera albergaba en su interior y cuya altura, casi de cuatro pisos, provocaba vértigo. El mismo vértigo que, inapreciablemente, te impelía a subir apartado de la baranda, ganando el centro y desgastando más aún, si ello era posible, los combados peldaños hasta deformarlos.

Aquella escalera ….

Es breve, pero quiero pensar que hubiese satisfecho a aquel profesor de literatura, cuyo nombre no consigo recordar, que nada más comenzar el 2º curso del antiguo Bachillerato Unificado Polivalente que yo hice, nos encargó, sin anestesia de ninguna clase, una redacción sobre una escalera, sin más aclaración. Lo hacia cada comienzo de curso y comprobaba, así a las bravas, nuestra capacidad descriptiva, nuestra imaginación, nuestro nivel de redacción y nuestra ortografía, además de nuestra habilidad para afrontar, con pocos datos, una tarea nueva que nos era encomendada, habilidad esta última demostradamente útil en la vida. ¡Vaya si lo comprobaba! Si alguno de sus antiguos alumnos, mi propio hermano fue uno de ellos, lee esto sabrá a quien me refiero.

martes, 13 de enero de 2009

Mensaje va, mensaje viene.

Reina es el nombre de una adolescente californiana de 13 años que parece querer entrar en ese libro absurdo de los récords que, a lo que se ve, tiene mucho, pero que mucho más tirón que cualquier libracho de los que escribía Quevedo y de paso inventar una nueva forma de causar enfermedades coronarias a sus progenitores. Lo peligroso del asunto para todos los que tienen hijos en semejante edad, (Dios les pille en confesión) viene cuando su hazaña, que tan solo consiste en haber enviado la nada despreciable cantidad de 14.528 mensajes de móvil en un solo mes, es que el tema se ponga de moda y nuestros púberes rompan estas cifras a golpe de dedo. Yo no les provocaría ni les contaría esta noticia.

Desde luego la cara de sus señores padres cuando el angelito en cuestión les contó lo sucedido debió ser de las que no se olvidan y como tal lo tomaron como un error de la compañía de teléfonos, pero, que va, que va, su amada hijita con solo dos manitas era, así, a pecho descubierto que diríamos en estos parajes, la que había perpetrado el hecho fundamentalmente sola y sin compañía de otros. Y sin ningún tipo de arrepentimiento, ni ánimo de enmienda oiga. “Me aburría” fue su sólida y estoica defensa.

Si que argumentó en su descargo, con un reproche más que sibilino hacia sus padres, que sus amigos tenían tarifas planas para el envío de mensajes lo que era indudablemente más económico. Vamos que su inocencia al respecto era plena y que sus padres la impulsaban compulsivamente a cometer mensaje tras mensaje a tarifa elevada. Si estaba más claro que el agua; avisados estáis, ya que voy a seguir en mis trece buscaros la vida y que os salga más barato. Le faltó añadir que le importaba un rábano que su afición les fuese a costar a sus padres unos 1.500.- dólares usa que, aunque devaluados, siguen siendo un pico.

No se sabe si sus padres intentaron lo clásico. No, no me refiero a aplicarle “dos yoyas” sino a dialogar, que es lo políticamente correcto, algo al estilo de: Reina, mora le podríamos añadir, hija, porque no te dedicas a temas más intelectuales, estudia, lee, emplea el tiempo formándote, leches y déjate de enviar mensajes, que es una perdida de tiempo, dinero e ingenio. El caso es que no parece que hayan tenido éxito. Ahora bien lo que si tienen es una acertada y flamante tarifa plana para los mensajes de su vástago -. lo siento, el femenino no es posible-. Si ya se oye decir por ahí; si no puedes vencerles, únete a ellos.

lunes, 12 de enero de 2009

Con el frio que hace

¡Pobre Mujer! Con el frío que ha hecho estas navidades en Madrid y ella “con el culo” al aire. Así de rotundo y de literal Google, una vez más, la ha vuelto a liar. Alguien sorprendió a una mujer, ni mayor ni joven sino todo lo contrario, en pleno placer de la catarata mingitoria en una calle de Madrid, justo entre coche aparcado y coche aparcado y la hizo una foto con el “animus delinquendi” de “colgarla en la red” en el momento en que llegase a un ordenador con conexión a Internet. Dicho y hecho.

No hay que alarmarse por el particular, ni, y esto va por los mirones – me resisto a emplear el termino francés –, buscarla denodadamente por la red, la fotografía en cuestión, en realidad, estuvo expuesta unas 12 horas porque Google la retiró a cuenta de las quejas que provocó. Ahora la noticia esta ilustrada por la misma imagen pero un “agujero negro” aparece en el lugar donde estaba la persona fotografiada para evitar todo tipo de suspicacias. No obstante algún periódico en Internet aún la tiene dentro de su información.

Es de sobra sabido que hay necesidades, fisiológicas mayormente, que no resisten el paso del tiempo y la micción es una de ellas. En el caso de los varones el asunto no pinta excesivamente mal llegado el caso, y el alivio es relativamente sencillo y asequible en variopintos lugares incluidos los aseos, por supuesto. Las mujeres no obstante lo tienen bastante peor y a la vista, nunca mejor dicho, esta. Mientras que la exposición corporal al frió en los hombres es, por mucho que haya quien presuma de lo contrario, minima, en el caso de las mujeres, so pena de inundar la ropa interior, forzosamente ha de presentar mayor superficie a las inclemencias y las miradas indiscretas.

En los tiempos en los que la ropa interior era casi una desconocida y el acceso a la información ciencia ficción, esto no pasaba. Hombres y mujeres no temían que nadie les fotografiase a deshora saliendo de una vivienda que no era la suya, que les grabasen del brazo de quien no era su conyugue, ni que les captaran en actitud poco decorosa dando rienda suelta a necesidades fisiológicas varias. La ausencia de uso en una gran mayoría de casos de tales prendas se lo ponía más fácil a nuestros ancestros. Va a ser verdad que algo esta cambiando. Nunca me ha parecido que “el gran hermano” que todo lo ve - y más ahora con tanta cámara de seguridad atisbando por doquier - supusiese un peligro real o inventado. Lo mismo me lo voy a tener que replantear.

lunes, 5 de enero de 2009

Los Reyes Magos llegaron tarde.

Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente no han llegado a tiempo en esta ocasión y un bebe de 1 mes ha sido encontrado muerto, esta misma mañana, en la playa del Huelin en Málaga. Para ella no ha habido regalos, ningún presente, ningún obsequio, ni siquiera ha tenido el honor de que sus padres, por llamarles algo, hayan tenido el valor de asumir que la niña ha fallecido y ellos son los responsables de su vida y dar la cara por ello. Es más rápido, más expeditivo y, por supuesto, mucho más cobarde abandonar su pequeño cuerpo sin vida y continuar como si tal cosa.

Hay personas que nacen con estrella y otros que nacen estrellados. Mi madre desde muy niño me lo repetía. Con el tiempo fui comprendiendo el fondo, estremecedor, del mensaje aunque siempre me negaba a ello y llegada la edad adulta, ese tiempo en el que la inocencia y, a veces, la esperanza, han partido hace mucho aún me sorprende la verdad que esconde el dicho de mi madre.

La pequeña que han encontrado de la que se desconoce todo, salvo el hecho cierto de su muerte, pertenece inequívocamente al segundo grupo. Más allá del hecho de encontrar la muerte, todos la encontraremos algún día, a muy poco de haber llegado a este mundo, esta todo lo que, probablemente subyace en la tramoya de su corta vida. Nadie en su sano juicio y por mucho que la vida le venga atravesada, abandona un bebe recién fallecido o, incluso peor al borde de la muerte. Cuanto desamparo, cuanta miseria, cuanto dolor y cuanta cobardía se esconden tras esa muerte.

Hoy es el día de reyes y los niños esperan que los Magos de oriente les agasajen conforme a su comportamiento del año anterior y les traigan los mil y un regalos que han bullido en sus cabecitas y su imaginación. Para la niña encontrada esta mañana es desafortunadamente tarde, su pequeña cabecita no ha conocido tales presentes ni los conocerá nunca y, por desconocer, es casi seguro que ha desconocido hasta el cariño de los que la trajeron a este mundo.