martes, 10 de noviembre de 2009

¡Si es que no paran!

La cara de asombro que a buen seguro puso el protagonista, totalmente involuntario, de esta historia, debió ser para inmortalizarla digitalmente que es como se fotografía en la actualidad y colgarla en la red. Entiendo que no es para menos y, de haberme en su lugar, no se muy bien como hubiese tomado el asunto. La historia supone una vuelta de tuerca más del afán recaudatorio que tiene la Sociedad General de Autores y Editores y que solo es comparable, por poner algún ejemplo, al que profesa con ahínco el primer edil del Ayuntamiento de Madrid.

Es conocida la devoción a las ondas hertzianas que en el solar patrio existe desde aquellas primeras emisiones de Radio Barcelona en pruebas. Familias enteras son aficionadas a la radio y transmiten tal gusto a su progenie a lo largo de los años y hay quien incluso prefiere este medio de comunicación a la todopoderosa televisión. ¡Lo que hay que ver! Esto se complementa con la audición que de los programas radiofónicos se hace en algunos locales públicos como es el caso de las peluquerías. De caballeros mayormente.

Ese fue el caso. En un establecimiento de peluquería su propietario era, y digo era porque lo mismo tras lo acontecido ya no lo es, aficionado a escuchar la radio mientras concienzudamente esquilaba a la parroquia y, de seguro, le ayudaba a matar el tedio en las horas bajas en las que no daba trabajo a la tijera. ¡Mal hecho vive el cielo! El trabajo, en general, y este si cabe en particular, se desarrolla con atención plena, no vaya uno a rebanar una oreja del cliente sin pretenderlo, y por tanto se desempeña sin entretenimiento de ningún tipo y, mucho menos, si ese entretenimiento es radiofónico y no se cotiza por él.

Volviendo al lío. No se sabe si el empleo de la radio, o de la emisora preferida que también puede ser, atrajeron a un inspector de la SGAE, para los que no lo sepan acrónimo de la Sociedad General de Autores ya mencionada, que presto a su labor informo al peluquero de la sanción que se le iba a imponer al amparo de la normativa vigente puesto que no estaba cotizando por el uso, cabe pensar en el abuso, del aparato radiofónico en un lugar publico. A su elección dejaba el contratar con la SGAE. el pago de un canon para poder seguir usando la radio en su establecimiento. Estoy completamente seguro que el buen peluquero debió pasar un rato buscando en su alrededor donde estaba instalada la cámara oculta, porque real, aquello, no podía ser y, sin duda, estaba siendo victima de una broma de escaso gusto.

Parece bastante claro que cuando un bar, taberna, restaurante o cafetería tiene un televisor, además de para el solaz propio, lo tiene para que sus parroquianos lo frecuenten más asiduamente, por ejemplo los días de partido de futbol entre rivales acérrimos y de paso le aligeren los barriles de cerveza y le llenen la caja registradora. Pero en cambio es muy triste pensar que el propietario de una peluquería sintoniza, valga el ejemplo, “la Cope” para que se le ponga el local hasta la bandera de elementos masculinos en busca de un “pelado” profesional con el que no pueden ni siquiera soñar en lugares donde no se sintoniza tal emisora.

Juro hasta por Snoopy que estoy revisando concienzudamente todas mis actividades para que ninguna caiga dentro del campo sancionador de la voraz SGAE. y, francamente, me da en la nariz que transportando como transporto en ocasiones a algún compañero o compañera de trabajo, no voy a volver a sintonizar emisora alguna. No es cuestión de tentar al diablo y que cualquier inspector de la SGAE entienda animo de lucro en mi desinteresada actividad automovilística y me obligue al pago de un canon. Por otra parte estoy en revisión continua de esa mala costumbre que tengo de cantarles nanas y canciones infantiles a mis hijos, e incluso a sus amiguitos si estan cerca, no vaya a ser que me sancionen por ello.

Al hilo de esto que les narro recuerdo que desde niño utilizaba un autobús de la EMT que desde el barrio nos llevaba hasta la plaza Mayor de Madrid y muchos de los conductores, probablemente sin autorización de sus patrones, también sintonizaban los aparatos de radio en días de “futbol y goles”. Es evidente que ahí no existe paralelismo y que la SGAE no tendría base láctica para la sanción, porque pensar que era la radio la que llenaba el autobús no es de recibo para un cerebro medio normal. El autobús para desagrado de todos, menos de la EMT, se llenaba, y hasta los topes, por si solo y en la tercera parada. Doy fe.

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