lunes, 19 de abril de 2010

Tontuna linguistica y otros pecados menores

Suelo ser muy reincidente en lo de la educación y nada dado a difundir lo que me llega por correo electronico en una cadena pero este escrito, que me ha llegado a traves de una muy buena amiga filologa, merece una lectura y además que lo apliquemos en la via diaria. Afortunadamente esta no es del estilo "Si no se la mandas a N personas en N minutos se te caera el .....p... (lease pelo)‘

En teoria esta escrito por una por una profesora de música en un instituto público.

CONTRA LA TONTUNA LINGÜÍSTICA, UN POCO DE GRAMÁTICA BIEN EXPLICADA

Yo no soy víctima de la LOGSE. Tengo 48 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y dela propaganda política. En párvulos (así se llamaba entonces lo que hoy es "educación infantil", mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente: la A de "araña", la E de "elefante", la I de "iglesia" la O de "ojo" y la U de "uña". Luego, cuando eras un poco más mayor, llegaba "El Parvulito", un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en el Parvulito, no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.

En EGB estudiábamos Lengua Española, Matemáticas (las llamábamos "tracas" o "matracas") Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Plástica (dibujo y trabajos manuales), Religión y Educación Física. En 8º de EGB, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de "b en vez de v" o cinco faltas acentos, te suspendían. En BUP, aunque yo era de Ciencias, estudié Historia de España (en 1º), Latín y Literatura (en 2º) y (en 3º y en COU). Todavía me acuerdo de las declinaciones (la 1ª.: rosa, rosa, rosa, rosae, rosae, rosa en el singular; -ae, -ae, -as, -arum, -is, -is, en el plural; la segunda;-us, -e, -um, -i, -o, -o, en el singular; -i, -i -os, -orum, -is, -is, en el plural; no sigo que os aburro), de los verbos (poto, potas, potare, potabi, potatum, el verbo beber), de algunas traducciones ("lupus et agni in fluvi ripa aqua potaban; superior erat lupus longeque agni": el lobo y elcordero bebían agua en el río; el lobo estaba arriba, lejos del cordero; "mihi amiticia cum domino erat": yo era amigo del señor).

Leí El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las "Coplas a la Muerte de su Padre" de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega o a Espronceda. Pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura. Aprendí que se dice "Presidente" y no Presidenta, aunque sea una mujer la que desempeñe el cargo. Y... vamos con la Gramática. En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es "atacante"; el de salir es "saliente"; el de cantar es "cantante" y el de existir, "existente". ¿Cuál es el del verbo ser? Es "el ente", que significa "el que tiene entidad", en definitiva "el que es". Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación "-nte".

Así, al que preside, se le llama "presidente" y nunca "presidenta" , independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción. De manera análoga, se dice "capilla ardiente", no "ardienta"; se dice "estudiante" , no "estudianta" ; se dice "independiente" y no "independienta" ; "paciente", no “pacienta"; "dirigente", no dirigenta"; "residente", o "residenta”.

Y ahora, la pregunta del millón: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son "periodistos" ), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).

No me gustan las cadenas de correos electrónicos (suelo eliminarlas) pero, por una vez, os propongo que paséis el mensaje a vuestros amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no "ignorantas semovientas" , aunque ocupen carteras ministeriales) .

Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el violinisto, el taxidermisto, el telefonisto, el sajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!.

miércoles, 14 de abril de 2010

La importancia de hablar bien.

Es frecuente, harto frecuente, que a aquellas personas, niños en su mayoría, que sobresalen por su dedicación al estudio y su corrección en la expresión hablada y escrita se les tilde de “empollones” y “repipis”. Es decir, ya desde la más tierna infancia sobresalir, en este caso por algo loable y encomiable como es la educación, se penaliza contundentemente. El asunto no mejora en absoluto cuando se alcanza la pubertad, esa edad indefinida que los adultos denominamos “la edad del pavo”. Persistiendo el supuesto, es decir el chico o chica, ya algo más crecido, que destaca por su corrección y dedicación al estudio, y al que le cambian el apellido atribuido por su entorno y pasa a ser “el motivado”. Termino muy actual que contiene en el tono toda la carga de desprecio que la masa en abstracto dispensa a los que son distintos al resto de la manada. Luego la vida te muestra numerosas ocasiones en las que hablar correctamente te puede sacar de algún aprieto y no hacerlo meterte de cabeza en un atolladero.

Esto que les escribo me ha hecho recordar con sumo cariño a la persona protagonista de una entretenida anécdota y que trabajó en mi oficina, hace ya algunas primaveras. Una muchacha alegre y pizpireta, como correspondía con su insultante juventud, que tenía un punto “gamberro” notable y sumamente divertido. Su manera de expresarse, siendo educada y cortes, distaba de ser correcta y ella lo atribuía a que durante su infancia, que había pasado en la Guinea española hasta que el país alcanzó la independencia, estuvo al cargo de un “ayo” o criado nativo de quien recibió enseñanzas en portugués que unidas a las recibidas en español de sus progenitores alcanzaron su máximo exponente en el idioma que hablaba. En sus propias palabras “portuñol”. Ella no daba demasiada importancia a lo que decía hasta que vivió lo que procedo a relatar que le hizo cambiar, y radicalmente, de opinión esmerándose en lo que decía y como lo decía.

La cosa sucedió más o menos así. Aficionada al esquí como era, había acudido a las pistas de Navacerrada con su grupo de amigos y el entonces novio, luego flamante marido. Finalizada la jornada procedieron a recuperarse mediante un ágape en “Venta Arias”, conocido restaurante del puerto de Navacerrada en Madrid. Al, probablemente, frugal refrigerio, pues ya era entrada la tarde, le siguió un reconfortante café del que mi amiga, en nombre del grupo, se encargo en persona. Se dirigió al camarero de la barra y muy resuelta le solicito una serie de cafés, en sus múltiples variedades y por último, y cito textualmente, “un caliqueño”. La cara del camarero era un poema ya que no acertaba a entender cuáles eran las pretensiones de mi amiga y muy correctamente le pidió que le describiese, exactamente, a que se refería. Mi amiga, que empezaba a intuir que algo no encajaba replico “bueno, pues eso, un caliqueño. A ver, café con un poco de coñac”. El camarero sonrió y confirmo sus temores. No iba a haber “tema”. Educadamente la atendió, sirvió y cobró lo servido.

De vuelta a la mesa, mi amiga, bastante escamada, llevo en un aparte a su novio y le conto lo sucedido. El novio sí que puso primero cara de espanto y luego una sonora carcajada en su rostro al explicarle que lo que había pedido se llamaba “carajillo” y que lo que solicitaba al camarero era algo, profundamente diferente, que, luego, en privado, le explicaría con detalle porque una cosa era una cosa y otra, otra.

Por si acaso cuiden el lenguaje o no. Todo depende.

martes, 6 de abril de 2010

La mudanza

Era momento de tomarse un respiro. Allí, sentada en la caja de cartón que acababa de precintar, dio un repaso a lo que había sido su vida en aquella casa. Como en ese regreso a las imágenes que han conformado tu pasado, que, según dicen, se perciben cuando te mueres, ordenada y pausadamente numerosas fotografías y sensaciones atravesaron su mente como si las estuviese viviendo de nuevo.

– ¡Que nervios!, ¡Que ilusión! Ya tenemos casa. Se nos sale un poco del presupuesto, pero no hemos podido dejarla escapar. Solo espero que todo salga bien, que nos concedan la hipoteca y junto con los ahorros se la pagamos a la inmobiliaria. – Era tan cercano y palpable que aún le parecía oír el eco de sus propias palabras contándoselo a sus padres. – Tenéis que verla. –

Los muebles, los electrodomésticos. ¡Qué verbena! Todo nuevo, recién comprado, aún por estrenar. Sonaba el teléfono y era otro transportista con más objetos para la casa La obra recién acabada y con la pintura aún fresca en las paredes. No veía el momento en que abriría la puerta para habitarla. Y llegó. Pasó a ser su casa con mayúsculas. Le faltaban accesorios, adornos, casi todas las cortinas y algunos muebles, pero era su casa. Sus libros estaban en las estanterías. Su ropa en los armarios y la persona a quien quería, Juan, justo a su lado.

El tiempo pasó en un suspiro y de recién casada – que raro le sonaba lo de “su marido” –, se transformo en madre. Primero uno, qué rápido creció el chiquillo. Sin apenas darse cuenta llego el otro. Y más muebles; cunas, tronas, cambiadores, camitas. Lloros, pañales, risas, juguetes por todos los rincones. Casi podía escuchar de nuevo aquellos pasitos infantiles en sus primeros andares. Sonrió para sus adentros. Aquello era un no parar sin tiempo para ella misma, pero era feliz, inmensamente feliz. Todos sus allegados coincidían. Nunca la habían visto así de radiante.

Apoyo la mano en la pared y casi pudo sentir el calor del que había sido su hogar y con el siguiente suspiro lo que no acertó a recordar era cómo se torció todo ni en qué momento se dio cuenta de que estaba sola. Que la convivencia común ya no existía y que las tardes en las que esperaba con ilusión a Juan pertenecían al pasado. Que los tiempos felices se encontraban solo en su memoria. Que su vida, sin apenas darse cuenta del cambio, era otra muy distinta y que tenía que continuar camino por sí misma en otro lugar. Al menos estaban los chiquillos. Ellos, sus sonrisas y su cariño sin límites no la abandonarían. No se permitió una sola lágrima. Miro las paredes desnudas y descubrió que la casa, su casa, de hecho ya no lo era, aunque sabía que para ella no habría otra como esta que ahora abandonaba, pues allí habían nacido y crecido lo más valioso que tenía; sus hijos. Ya no quedaba nada por hacer., Ningún armario por vaciar. Ninguna caja por armar. Los de la mudanza vendrían a la tarde a por lo que restaba. Se levantó, recogió su bolso y sus recuerdos y se marchó. Lentamente, cerró la puerta tras ella. No quiso mirar atrás.