martes, 6 de abril de 2010

La mudanza

Era momento de tomarse un respiro. Allí, sentada en la caja de cartón que acababa de precintar, dio un repaso a lo que había sido su vida en aquella casa. Como en ese regreso a las imágenes que han conformado tu pasado, que, según dicen, se perciben cuando te mueres, ordenada y pausadamente numerosas fotografías y sensaciones atravesaron su mente como si las estuviese viviendo de nuevo.

– ¡Que nervios!, ¡Que ilusión! Ya tenemos casa. Se nos sale un poco del presupuesto, pero no hemos podido dejarla escapar. Solo espero que todo salga bien, que nos concedan la hipoteca y junto con los ahorros se la pagamos a la inmobiliaria. – Era tan cercano y palpable que aún le parecía oír el eco de sus propias palabras contándoselo a sus padres. – Tenéis que verla. –

Los muebles, los electrodomésticos. ¡Qué verbena! Todo nuevo, recién comprado, aún por estrenar. Sonaba el teléfono y era otro transportista con más objetos para la casa La obra recién acabada y con la pintura aún fresca en las paredes. No veía el momento en que abriría la puerta para habitarla. Y llegó. Pasó a ser su casa con mayúsculas. Le faltaban accesorios, adornos, casi todas las cortinas y algunos muebles, pero era su casa. Sus libros estaban en las estanterías. Su ropa en los armarios y la persona a quien quería, Juan, justo a su lado.

El tiempo pasó en un suspiro y de recién casada – que raro le sonaba lo de “su marido” –, se transformo en madre. Primero uno, qué rápido creció el chiquillo. Sin apenas darse cuenta llego el otro. Y más muebles; cunas, tronas, cambiadores, camitas. Lloros, pañales, risas, juguetes por todos los rincones. Casi podía escuchar de nuevo aquellos pasitos infantiles en sus primeros andares. Sonrió para sus adentros. Aquello era un no parar sin tiempo para ella misma, pero era feliz, inmensamente feliz. Todos sus allegados coincidían. Nunca la habían visto así de radiante.

Apoyo la mano en la pared y casi pudo sentir el calor del que había sido su hogar y con el siguiente suspiro lo que no acertó a recordar era cómo se torció todo ni en qué momento se dio cuenta de que estaba sola. Que la convivencia común ya no existía y que las tardes en las que esperaba con ilusión a Juan pertenecían al pasado. Que los tiempos felices se encontraban solo en su memoria. Que su vida, sin apenas darse cuenta del cambio, era otra muy distinta y que tenía que continuar camino por sí misma en otro lugar. Al menos estaban los chiquillos. Ellos, sus sonrisas y su cariño sin límites no la abandonarían. No se permitió una sola lágrima. Miro las paredes desnudas y descubrió que la casa, su casa, de hecho ya no lo era, aunque sabía que para ella no habría otra como esta que ahora abandonaba, pues allí habían nacido y crecido lo más valioso que tenía; sus hijos. Ya no quedaba nada por hacer., Ningún armario por vaciar. Ninguna caja por armar. Los de la mudanza vendrían a la tarde a por lo que restaba. Se levantó, recogió su bolso y sus recuerdos y se marchó. Lentamente, cerró la puerta tras ella. No quiso mirar atrás.

2 comentarios:

Gomes y Cia dijo...

Muy bueno, Roberto, intenso y triste, pero muy bien captada la esencia de todo. A ver si prodigas más este tipo de textos, ya te lo he dicho más de una vez. Un abrazo

Roberto Fernández Puente dijo...

Hola Antonio.

Muchas gracias por el comentario. Simpre es bienvenido.

Otra cosa. Tu sigue asi con las criticas literarias y mis dientes van a llegar al pavimento y le van a sacar surcos. Luego ya te las apañaras con el alcalde Gallardon para el tema de la reparación de las calles.

Un saludos