lunes, 22 de marzo de 2010

Un Rapido - Supervivencia

En el cuento de Mulan la protagonista descubre que su padre, tras el reclutamiento forzoso decretado por el Emperador, y debido a su vieja lesión, no sobreviviría a un solo día de batalla. El muchacho que acaba de aterrizar en mi oficina, auditor para más señas, pulcro, aseado, limpito y, parece, educado, tampoco sobreviviría a unas horas en el lugar donde me crie. Es como si llevase escrito en la frente la buena crianza y educación esmerada que solo se obtiene con posibles.

No quiero que se me entienda mal, no nací en la jungla, pero si en uno de los muchos barrios del Madrid de los 60. El mío, en concreto, estaba a tan cercano a la Puerta del Sol como abandonado a su suerte por los inexistentes gobernantes de la inexistente, en esos momentos, Comunidad de Madrid. No obstante lo cual, éramos, con mucho trabajo, bastante felices y vivimos una niñez de peleas, juegos en la calle o el descampado, no, no había parque, escondite, “pídola”, churro, mediamanga y mangaentera y balón, mucho balón. Lo clásico. Uno de esos muchos barrios de trabajadores en el extrarradio de Madrid donde algunos elementos, léase “macarras” y maleantes, pseudomaleantes algunos, ya que no daban la talla, hacían difícil la convivencia vecinal y posibilitaban que los taxistas no quisieran llevarte una vez que les informabas del destino.

Todo cambio poco a poco. Costó pero cambio. Llego el progreso y tuvimos, y tenemos, hasta metro y el parque de la cuña verde. Esa es otra historia, pero tampoco ahora creo que “el auditor” lograra ni pasar desapercibido ni salir airoso del lance. A fin de cuentas, aunque algo más arregladito, sigue sin ser el barrio de Salamanca. ¡Que se le va a hacer!

Uno Rapido - La centralita

Acabo de decidirlo. Que es lunes y hay que empezar la semana con iniciativa, brío y valor. Así, sin paños calientes y la idea, que no es original, ni tampoco es mía, me la han brindado las numerosas centralitas telefónicas a donde, por mi trabajo, tengo que dirigirme. Siempre es bueno aprender. “Buenos días. Si quiere hablar con … marque el 1. Si quiere hablar con … marque el 2”. ¿Les suena de algo?

El último modelo de este sistema me ha gustado tanto que, con alguna modificación “Ad-hoc”, lo voy a exportar e implantar en mi propio domicilio. Tras escuchar la retahíla de información en espera del destinatario adecuado, marco el número y…. me cuelgan. El no va más de la sofisticación en atención telefónica.

De forma que avisados están quienes intenten contactar telefónicamente con mi domicilio. No se sorprendan si escuchan un mensaje de este porte. “Si es alguien de la familia o amigos ya conocéis el número del móvil, llamarnos por favor”. “Si quiere hablar con mi hijo pequeño marque el 1”. “Si quiere hablar con mi hijo mayor marque el 2”. “No se desanime no tengo familia numerosa”. “Si pretende venderme telefonía móvil no marque nada y, por favor, déjenos en paz”. “Si pretende hablar con mi esposa o conmigo, apunte el número 9 en una barra de hielo y espere, que le atenderemos”…..

Por si se lo preguntan, esta patentado y tiene copyright.

martes, 16 de marzo de 2010

La cultura no interesa


Desde hace tiempo tengo una sensación incomoda para la que, en realidad, no tengo muchos elementos de juicio y se basa en algo que no me ofrece mucha seguridad cual son las generalidades pero allá va. La sensación es que, ahora, por supuesto, la cultura no interesa. No mientan, que no es preciso. Ya tengo claro que todo el mundo ve la 2. Decía que la cultura no interesa y como corolario, se lee menos.

Carezco de datos contrastables, eso es obvio, pero basta comentar un poco con los compañeros de trabajo, personas más cerca de los 50, incluso ya superados, que de los 40 y que, refiriéndose a sus propios hijos, hacen esa observación. Se trata de “chavales” que han cursado estudios superiores, vamos que tienen ya una predisposición, pero que no les cuadra dedicar un rato a tan poco lucrativo menester. Y así nos va.

Esos chavales son, para eso han estudiado, los que progresan. Avanzan. Con suerte encuentran un trabajo, se convierten en profesionales de pro y les ocurre lo que paso el otro día en la cadena de Televisión autonómica de Madrid, Telemadrid. El reportaje emitido versaba sobre una muchacha que, desde Marruecos, había sido trasladada a Madrid para ser objeto de atención médica. Desconozco como se denominan en la jerga periodística a esos, yo los llamo titulares, que aparecen sobrescritos en la pantalla pero este fue, al menos, durante unos 20 segundos muy esclarecedor “…viene a España ha curarse”. No se trata de una errata mía ni lo han leído mal. Estuvo en “el aire” en directo hasta que desde producción alguien debió dar “una voz” y se corrigió. No tuve tiempo de inmortalizar el momento, “tempus fugit”, con una fotografía que ilustrase estas líneas. Fueron más rápidos.

Esto viene al hilo de otra curiosa anécdota que surgió en mi entorno. El hijo de un familiar muy cercano vino a estudiar “a la capital” y se alojo un tiempo con mi hermano. El mozo en cuestión llego a Madrid con 18 tiernas primaveras y unas ganas enormes de regresar, cada fin de semana, a su casa para ver a los amigos/novia, que se fueron mitigando conforme Madrid dio todo lo que tenía que dar de sí. Dado que la Universidad en la que iba a pasar los próximos años estaba retirada del que, ahora, iba a ser su domicilio, era menester emplear cerca de 2 horas y media al día, como poco, entre la ida y la venida, en transporte público.

Tonto de mi entreví una oportunidad opípara para que leyese, o repasase apuntes, y rellenar ese tiempo, en apariencia vacio, combatiendo el aburrimiento y culturizándose de paso y así se lo hice saber al zagal. Craso error el mío. Aquello no era viable y no porque se marease o similar en los medios de transporte. No que va. La respuesta fue mucho más cercana, contundente y sencilla. “¿Aburrirme en el transporte público? No hombre. Para eso ya tengo el teléfono móvil. Me pongo con un juego y ya está”.

Como diría el ínclito Jesulin de Ubrique. En dos palabras: Im presionante y menos mal que no le mencione que leyera a los Clásicos. Si lo llego a hacer seguro que me hubiese mirado como si fuera, tal vez lo soy, un Dinosaurio.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Tan solo una mirada

Hay miradas profundas en las que se atisba un pasado y se entrevé un futuro. Si, además, esas miradas provienen de unos ojos negro azabache en un rostro moreno que bien podía haber retratado Romero de Torres, sus efectos son devastadores. Hay miradas decía que uno no puede, ni quiere, relegar al fondo de la memoria porque suponen recuerdos imborrables en los que se revela nítida la bondad y la gratitud que solo la más tierna infancia puede, de forma impagable, regalarnos a los adultos.

Ella no lo sabe, ni lo sabrá nunca. Probablemente, dada la cotidianidad del gesto, tampoco quien estaba con ella haya caído en la cuenta y solo en la fracción de tiempo en la que se percibe una mirada y una sonrisa, yo haya reparado en cuanta gratitud, cuanta felicidad, cuanta alegría, y cuanto cariño comunicaba tan nimio y a la vez tan gran gesto. Quizás solo yo tenga esa foto en mi recuerdo y la conserve conmigo.

Porque se trataba justamente de eso, de la mirada fugaz que una niña dirigía a su padre, a la vez que le regalaba una perfecta sonrisa desde su diminuto rostro, y le transmitía alborozada sus sensaciones y sentimientos con esa añorada mezcla de inocencia y disfrute que tienen los niños. Es difícil, por no decir imposible, que se pueda decir y dar más en tan poco.

Atrás, seguro, quedaron los tiempos inciertos en los que todo era inseguro. Los tiempos en que todo eran dudas y más dudas, quebrantos y, casi con seguridad, dolor mucho dolor. Ambas partes lo saben aunque, quizás la cría con su infancia rebosando energía tenga mayor facilidad en relegarlo al olvido más profundo. Para si querrían tal olvido el padre y la madre que la desearon tanto desde hace tanto. Su condición de adultos les da para recordar, incluso cuando no se quiere recordar.

Que la mirada profunda provenga de una niña India adoptada tan solo es una anécdota que, realmente, no hace al caso.