Don Paco Quevedo me mira ceñudo y severo desde la atalaya en donde le tengo ubicado como queriendo reñirme y lo mismo, como en el proverbio árabe, aunque yo no sepa porque, él si lo sabe. Me gusta el personaje, me gusta ese punto un poco retador y chulesco de don Paco que con su sola palabra agredía y se defendía, y cuanto, a todo, a todos y de todos. Me gustaría verle emplearse a fondo en la actualidad, por puro placer, vendiendo cara la piel a golpe de palabra.
No creo que hoy en día don Paco, de vivir en este siglo, fuese muy diferente. La época actual no difiere, en esencia, del sublime Siglo en el que vivió. Si lo examinamos bien, el pueblo español poco, por no decir nada, ha cambiado casi 400 años después y si no lean y juzguen por sí mismos. No nos aguantamos ni a nosotros, buscamos querella, como poco verbal, casi con todo el cruza dos pasos en nuestro camino, vean sino nuestro comportamiento al volante. Renegamos y con sobrada razón de quienes nos gobiernan. Tenemos en la misma estima a la Justicia, o menos si cabe, que la tenían los sufridos españoles del diecisiete. Ansiamos, en nuestro fuero interno, ese golpe de fortuna que cambie nuestra vida y nos permita vivir sin dar golpe y ocupándonos solo de las rentas e incluso, si esa tarea la podemos encargar a un propio casi mejor. Es cierto, o a lo mejor no, que nuestro nivel cultural es mayor y que la lectura y escritura, privilegio en tiempos de los Austrias, y, en realidad hasta mucho después, de tan solo unos pocos, ya no es un problema y que el acceso a las Universidades ya no es coto exclusivo de las clases privilegiadas, pero tampoco veo claro cuánto durara esta “primavera intelectual” que nos dura ya casi cuatro décadas.
Afortunadamente ahora no lidiamos en campos de batalla con medio mundo, como hicimos hasta Rocroi, sino que ese medio mundo camina con nosotros, y precisamente en los mismos lugares donde con nosotros lucho hacia, suponemos, un mundo mejor y mas justo. Lo mismo es que me estoy volviendo viejo, poeta, sensible y loco y lo mismo a partes iguales.
Miro de nuevo a don Paco y lo encuentro cariacontecido y meditabundo como si tuviese acceso a estos pensamientos, - cuanta sabiduría se contenía en su obstinada mente castellana - como si reflexionase sobre lo divino y lo humano al estilo de cómo solía hacerlo, cuando caigo en la cuenta de que el bueno de don Paco, de mi don Paco Quevedo, es tan solo una marioneta de madera y trapo que adquirí con la mejor intención de amenizar los cuentos que relato a mis hijos y acercarles un poco a la literatura, un poco a la historia, un poco a la vida de una forma algo más suave. Veremos o no el éxito de la aventura.
No obstante, aunque no lo crean, mi don Paco tiene una muy buena prosa y azarosa vida. Prometo, en escritos futuros, dar buena cuenta de ello y que Uds., lo vean oiga.
No creo que hoy en día don Paco, de vivir en este siglo, fuese muy diferente. La época actual no difiere, en esencia, del sublime Siglo en el que vivió. Si lo examinamos bien, el pueblo español poco, por no decir nada, ha cambiado casi 400 años después y si no lean y juzguen por sí mismos. No nos aguantamos ni a nosotros, buscamos querella, como poco verbal, casi con todo el cruza dos pasos en nuestro camino, vean sino nuestro comportamiento al volante. Renegamos y con sobrada razón de quienes nos gobiernan. Tenemos en la misma estima a la Justicia, o menos si cabe, que la tenían los sufridos españoles del diecisiete. Ansiamos, en nuestro fuero interno, ese golpe de fortuna que cambie nuestra vida y nos permita vivir sin dar golpe y ocupándonos solo de las rentas e incluso, si esa tarea la podemos encargar a un propio casi mejor. Es cierto, o a lo mejor no, que nuestro nivel cultural es mayor y que la lectura y escritura, privilegio en tiempos de los Austrias, y, en realidad hasta mucho después, de tan solo unos pocos, ya no es un problema y que el acceso a las Universidades ya no es coto exclusivo de las clases privilegiadas, pero tampoco veo claro cuánto durara esta “primavera intelectual” que nos dura ya casi cuatro décadas.
Afortunadamente ahora no lidiamos en campos de batalla con medio mundo, como hicimos hasta Rocroi, sino que ese medio mundo camina con nosotros, y precisamente en los mismos lugares donde con nosotros lucho hacia, suponemos, un mundo mejor y mas justo. Lo mismo es que me estoy volviendo viejo, poeta, sensible y loco y lo mismo a partes iguales.
Miro de nuevo a don Paco y lo encuentro cariacontecido y meditabundo como si tuviese acceso a estos pensamientos, - cuanta sabiduría se contenía en su obstinada mente castellana - como si reflexionase sobre lo divino y lo humano al estilo de cómo solía hacerlo, cuando caigo en la cuenta de que el bueno de don Paco, de mi don Paco Quevedo, es tan solo una marioneta de madera y trapo que adquirí con la mejor intención de amenizar los cuentos que relato a mis hijos y acercarles un poco a la literatura, un poco a la historia, un poco a la vida de una forma algo más suave. Veremos o no el éxito de la aventura.
No obstante, aunque no lo crean, mi don Paco tiene una muy buena prosa y azarosa vida. Prometo, en escritos futuros, dar buena cuenta de ello y que Uds., lo vean oiga.
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