En el cuento de Mulan la protagonista descubre que su padre, tras el reclutamiento forzoso decretado por el Emperador, y debido a su vieja lesión, no sobreviviría a un solo día de batalla. El muchacho que acaba de aterrizar en mi oficina, auditor para más señas, pulcro, aseado, limpito y, parece, educado, tampoco sobreviviría a unas horas en el lugar donde me crie. Es como si llevase escrito en la frente la buena crianza y educación esmerada que solo se obtiene con posibles.
No quiero que se me entienda mal, no nací en la jungla, pero si en uno de los muchos barrios del Madrid de los 60. El mío, en concreto, estaba a tan cercano a la Puerta del Sol como abandonado a su suerte por los inexistentes gobernantes de la inexistente, en esos momentos, Comunidad de Madrid. No obstante lo cual, éramos, con mucho trabajo, bastante felices y vivimos una niñez de peleas, juegos en la calle o el descampado, no, no había parque, escondite, “pídola”, churro, mediamanga y mangaentera y balón, mucho balón. Lo clásico. Uno de esos muchos barrios de trabajadores en el extrarradio de Madrid donde algunos elementos, léase “macarras” y maleantes, pseudomaleantes algunos, ya que no daban la talla, hacían difícil la convivencia vecinal y posibilitaban que los taxistas no quisieran llevarte una vez que les informabas del destino.
Todo cambio poco a poco. Costó pero cambio. Llego el progreso y tuvimos, y tenemos, hasta metro y el parque de la cuña verde. Esa es otra historia, pero tampoco ahora creo que “el auditor” lograra ni pasar desapercibido ni salir airoso del lance. A fin de cuentas, aunque algo más arregladito, sigue sin ser el barrio de Salamanca. ¡Que se le va a hacer!
No quiero que se me entienda mal, no nací en la jungla, pero si en uno de los muchos barrios del Madrid de los 60. El mío, en concreto, estaba a tan cercano a la Puerta del Sol como abandonado a su suerte por los inexistentes gobernantes de la inexistente, en esos momentos, Comunidad de Madrid. No obstante lo cual, éramos, con mucho trabajo, bastante felices y vivimos una niñez de peleas, juegos en la calle o el descampado, no, no había parque, escondite, “pídola”, churro, mediamanga y mangaentera y balón, mucho balón. Lo clásico. Uno de esos muchos barrios de trabajadores en el extrarradio de Madrid donde algunos elementos, léase “macarras” y maleantes, pseudomaleantes algunos, ya que no daban la talla, hacían difícil la convivencia vecinal y posibilitaban que los taxistas no quisieran llevarte una vez que les informabas del destino.
Todo cambio poco a poco. Costó pero cambio. Llego el progreso y tuvimos, y tenemos, hasta metro y el parque de la cuña verde. Esa es otra historia, pero tampoco ahora creo que “el auditor” lograra ni pasar desapercibido ni salir airoso del lance. A fin de cuentas, aunque algo más arregladito, sigue sin ser el barrio de Salamanca. ¡Que se le va a hacer!
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